5.25.2011

Emozione.

Frágiles palabras, dando tumbos. La voz se rompe y cae la noche, todo es verde y carmín, lágrimas de media luna cuelgan del cielo.

Tres minutos nos separan. Dibujar con los dedos una boca prohibida y bucear en un mar de letras derramadas sobre la luz de la mañana.

Un minuto nos separa.

5.17.2011

Cartas en el mar del Sur.

Querida Clarise:

Tras navegar durante más lunas de las que puedo recordar, ayer el Boca de Dios llegó a tierra. Parece como si el azul infinito se hubiese compadecido de nuestras almas y nos hubiese brindado un puñado de tierra sobre el que dejar caer nuestras lágrimas.

Hoy he visto los primeros rayos de sol del amanecer pasar tras las acacias para esconderse de nuevo en la madriguera de una ardilla. Este lugar es indescriptiblemente hermoso.

Hemos construido un pequeño campamento donde ayer pasamos la noche los pocos que aún quedamos. Por lo grande de este sitio, debería estar habitado, así que Jules y yo encabezaremos una expedición para antes del mediodía. Ojalá me encontrase con tu mirada en mitad de la jungla.

Te añoro, Clarise.

5.05.2011

Enseñanzas . I

Los ojos del tiempo han contemplado toda clase de historias. Dice su recuerdo que un día, una mujer vació un cántaro de agua con veneno sobre un hormiguero junto a la puerta de su casa, cansada de las pequeñas hormigas y sus constantes expediciones al azucarero. Ese mismo día, al caer el sol, un grupo de gorriones se sirve un festín de las hormigas, ahora muertas.

La pequeña Lucía está triste, el pajarito que su primo mayor cogió para ella esta enfermo. Enjaulado y enfermo. Cree que la culpa es de mamá, que no le ha dado lechuga y por eso ya no canta. Lucía se escapa a la salida del colegio y le pide a la frutera del barrio, Carmen, unas hojas de lechuga para su pajarito.

Carmen lleva toda una vida de amor hacia los demás entre cajas de fruta. Añora la tierra caliente donde nació y el color de los ojos de Ibrahim, que murió en su Cuba natal.

Mónica llega cinco minutos tarde a recoger a Lucía y con la angustia devorándola, tras buscar entre columpios y aulas, vuelve al coche muerta de miedo y sale a buscar a su hija.
Julio aparta la vista de la calle para contestar una llamada.


Y entonces, el frío aire de noviembre se tiñe de desventura, la vida se desvanece entre crujidos de metal, cristales estallando y gritos de la gente que, horrorizada, obseva como el coche de Mónica se arruga contra una farola, embestido por el de un ya inerte Julio.



La vida y la muerte se esconden en un cántaro de agua.