3.11.2013

El Romerito


La calle del Romerito estaba vacía. Se había quedado el viento jugando con los charcos, pero nadie más.

Mi cubana triste, de sabrosas caderas y labios de oro, quién se llevaría tu risa, que ya no cantas en las mañanas ni me besas al atardecer. Mulata de mi corazón, pónme otro ron, que la noche pinta larga.

Un suspiro y el humo de un puro, una copa de vino en la mano de una dama elegante sentada en un sofá rojo de piel. Esa era toda mi compañía.

El Romerito y su eterno aire de melancolía. Dios hizo ese local para ser triste, para descoser los hilos que sujetan algunas sonrisas forzosas.

Jugaron mis dedos con el posavasos, desanimados. Quedaba poco por contar.

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