12.01.2014

Darkness

Hay apenas una luz. Ilumina tímidamente mis manos. Cada pequeño pliegue de mi piel proyecta mil sombras sobre las mismas. Y al cerrar el puño la luz desaparece. Suena una melodía triste. Muere la llama de la única vela que iluminaba la escena y deja sólo silencio tras ella. En la penumbra más descarnada, recorro mi rostro con mis manos. Noto cada centímetro de mi piel marchita, arrugada, maltratada. Bajan hasta unos labios agrietados que ya no recuerdan como besar. Entonces noto una fragancia en mis dedos. Un ligero aroma a mi tabaco de pipa favorito y a canela. Junto a mí, un té caliente paciente espera. Recuerdo dónde estoy.

Afuera en el bosque el viento recorre los caminos silbando, cantando melodías siniestras, jugando con las sombras. Arranca las hojas muertas de las copas, pinta hermosos cuadros otoñales en la oscuridad más absoluta. Él conoce su arte.

Alguien golpea a mi puerta. Golpean de nuevo pero no hago caso. No me importa. Ya sé quién es.


-Márchate.


Un susurro se cuela por debajo de la puerta de madera. Tiemblo por dentro y mi canoso vello se eriza bajo la vieja manta que me cobija. De mis ojos cerrados y cansados se desprende una lágrima. Recuerdo otros ojos, jóvenes y hermosos. De mi boca se escapa un llanto sordo. Respiro.





-Márchate. Ya te la llevaste a ella.





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